LA ARMONÍA PICTÓRICA DE JAUME BORRELL por José Mª Cadena
En dos exposiciones anteriores de Jaume Borrell en la Sala Rusiñol de Sant Cugat, que presenté y enjuicié como hago ahora con la actual muestra, elogié ampliamente la capacidad que exhibe el pintor para plasmar la fuerza de nuestro mundo rural. Y debo decir que, viendo sus cuadros más recientes, el autor mantiene intacto el talento para traducir artísticamente unos aspectos de la personalidad colectiva del campo que permanencen firmes a pesar de la presencia de manifestaciones de la sociedad moderna.
Jaume Borrell es fiel a un imaginario que demuestra que la esencia perdura aunque las formas muten. Los núcleos humanos representados desprenden un aroma de tiempos inmemoriables, en los que las actividades agrícolas y ganaderas dominaban la economía. El campanario de la iglesia aún sobresale por encima de los tejados de las casas, y Castellfollit de Riubregós o Torà conservan el recuerdo de los campesinos de la edad media. A la vez, Navarcles continua siendo parada del camino de Santiago, y en las calles de Bellver de Cerdaña podemos creer sentir el susurro de los enfrentamientos entre nyerros y cadells.
Así mismo, a pesar del peso del pasado, los avances del progreso están presentes. Los hilos telefónicos que posibilitan la comunicación entre las personas cuelgan de las fachadas de las casas antiguas. Las tuberías de agua que evitan ir a la fuente, entran en los hogares. Las señales de tráfico ordenan el mismo. Unos tejanos que siguen la moda se secan en un tendedero. Y una moto que permite enfilar la carretera en dirección a otros pueblos espera delante de un portal. La lección que extraemos es que el respeto por lo que es antiguo no tiene que ser incompatible con la tecnología que nos facilita el día a día.
Un motivo que destaca en los óleos son las puertas medio abiertas. El domicilio es el reducto de la intimidad, y es natural que exista una resistencia a permitir la entrada de intrusos. Pero somos animales sociales y el trato con los demás nos es necesario, por eso hay que estar receptivos a aquellos contactos que enriquecen y ensanchan la perspectiva vital. El artista cree en el diálogo entre los puntos de vista dispares, que ejemplifican una abuela de cabellos blancos recogidos y un nieto con pantaloncitos cortos en un balcón o un padre de piel bronceada por el trabajo al aire libre que camina al lado de un hijo con mochila escolar en la espalda.
Jaume Borrell pinta escenas de pueblos rurales que parecen anclados en el pasado pero en los que los elementos del presente sacan la nariz. En sus cuadros, que invito a disfrutar, destaca el sentido armónico de las formas y los colores, un reflejo del equilibrio que el artista desea a la sociedad y que ojalá consigamos.
BORRELL, RETRATO SOCIOLÓGICO DE AMBIENTES por Josep M. Cadena
Borrel es un pintor que, aparentemente, se mueve dentro de una temática única, centrada en la representación de fachadas de viejas casas de pueblo, de aquellas que todos tenemos en la mente, donde creemos que el tiempo ya no avanza y que la gente que las habita se ha detenido en un pasado superado ampliamente por la sociedad actual. Pero es un gran error entender que el hecho artístico que nos propone se ha quedado en la lejanía de quien retrata lo externo, ya que, en realidad, nos lleva hacia la esencialidad de lo que perdura en todos nosotros y nos justifica como personas.
Hace tres años, a finales de septiembre de 2010, Borrell expuso en esta misma sala un conjunto de obras que ligan a la perfección con las actuales que ahora se encuentran colgadas en este nuevo encuentro con el público. Parece que no haya pasado el tiempo para él, en lo que se refiere a sus técnicas, pero es de admirar que ha afilado aún más su capacidad para mirar hacia el interior de la materia y encontrar el espíritu de la sociedad que siempre quiere captar sin tener ninguna necesidad de representar a las personas por lo que externamente representan, ya que lo hace por como piensan y actúan.
En las casas de pueblo de Borrell, con puertas de madera medio abiertas que dan paso a la oscuridad del pensamiento colectivo, se encuentran simbolizados los elementos esenciales que marcan nuestra acción en la sociedad, en el intento de encontrarnos en aquellos caminos particulares que hemos escogido y que nos justifican como individuos. Así encontramos ventanas con rejas, pero también macetas con plantas y una persiana medio subida; balcones que miran al sol madrugador, con unos alambres de los que cuelga, puesta a secar, la ropa de los habitantes de la casa; paredes con cal comida por los calores de cada día; y el progreso de las cajas y los cables de electricidad, que demuestran una puesta al día para no perder contacto con lo que sucede y para tener las comodidades que el progreso general ha hecho imprescindibles.
Borrell no retrata personas, sino situaciones anímicas que las mismas tenemos, tanto cuando somos protagonistas como cuando actuamos de espectadores interesados en conocer el entorno que nos rodea. Y dentro de la tónica general de su arte, siempre hay variaciones que bien observadas aportan novedades y elementos de reflexión. Por este motivo su pintura atrae y enseña.
BORRELL Y SU AFINADA PERCEPCIÓN PICTÓRICA DEL CAMPO, por Josep Mª Cadena
La pintura de Borrell nos lleva a mirar hacia nuestro interior. Lo hace con una obra intensamente realista, descriptiva de las casas que todavía es posible encontrar en muchos lugares de Cataluña; en especial en las comarcas leridanas. Nacido en Barcelona el año 1948 y formado en ambientes ciudadanos, hace más de una década que Borrell decidió establecerse en la Seu d'Urgell desde donde, según pone de manifiesto en sus cuadros, va hasta los pueblos más escondidos y aparentemente más humildes de nuestro país para captar las finas sensibilidades que guardan. Por eso describe con tanta precisión las fachadas de las casas, todavía con puertas de madera, abierto uno de los batientes cuando llega el buen tiempo y resulta agradable mirar afuera a los que viven en su interior y que, a la vez, son como una llamada a ocasionales visitantes que, igual como nos pasa a nosotros, sentimos la curiosidad de saber lo que nunca se explica porque pertenece a la más estricta intimidad.
Borrell sabe explicarnos la solidez de las piedras que, bien trabajadas por los picapedreros que había antes, establecen la solidez de unas edificaciones hechas para resistir los fríos y los vientos, la nieve y el agua -ésta poca, pero muchas veces dispuesta a soltarse en tormentas- con días largos y difíciles. Pero también sabe como explicar la atractiva plasticidad de unos días de sol, cuando en el balcón que hay encima de la entrada principal y detrás de la reja que cierra las vistas de la habitación de abajo, florecen unas cuantas plantas. Sabe de las penas pasadas, pero también de las alegrías que llegan de repente. Y sabe, también, establecer los detalles de una caja de luz y del número pintado sobre un mármol bien tallado en serie que orienta a quien busca un determinado domicilio, aunque en la población todos se conozcan o, incluso, sean parientes o medio parientes por parte de la familia del hombre o de la mujer.
No le hace falta a Borrell fijar la figura humana, pues la misma siempre está presente, aunque no se vea, por medio de su mirada pictórica. Dispone de una gran capacidad de observación y, siempre con naturalidad, la pone al servicio de minuciosas descripciones que van más allá de lo que se acostumbra a pedir a la pintura que él practica. El color le sirve para que las formas, hijas de unas necesidades comunitarias y de unas costumbres que vienen de lejos, se humanicen y nos expliquen el esfuerzo, las normas, las necesidades y las improvisaciones de unas personas que, situadas dentro del ámbito rural, en contacto con la naturaleza, saben, muchas veces mejor que nosotros, como es el mundo. Y él, puesto que se fija, nos lo explica con frases pictóricas bien estructuradas.
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