El proceso comenzó con 500 flyers impresos con el título SUMMER BOYFRIEND WANTED, una pequeña definición del tipo de chico que se buscaba y un email de contacto.
De 468 aplicaciones, una preselección de 15 candidatos fueron llamados para una entrevista personal en la que se adjudicó el puesto de Summer Boyfriend y una posición secreta de Summer Lover.
Para componer el experimento, un total de 10 actividades semanales entendidas culturalmente como románticas fueron seleccionadas por los miembros de la pareja. Estos encuentros eran escenarios forzados a producir emociones y exploraban lo que socialmente entendemos como comportamientos de pareja. Todo estaba predefinido de antemano: cuando pasearíamos, cuando nos cogeríamos de la mano, cuando nos tocaríamos o cuando nos besaríamos.
La estructura estaba clara desde el principio: el final del verano marcaba el final de la relación.
Summer Boyfriend fue una ficción. No se trataba de enamorarse o no enamorarse sino de interpretar un papel y seguir un patrón.
El objetivo era posicionarse y experimentar el amor o lo que le concierne desde el lugar del no-enamorado; la idea del amor técnico, como un producto. Casi clínico.
Pasase lo que pasase, yo dirigía siempre mi comportamiento siguiendo un guión standard como si realmente estuviese enamorada.
Los resultados más inmediatos fueron presentados en el South Bank Bristol en formato de obra de teatro bajo el título “Auction of Emotions” y ahora serán mostrados en formato expositivo en la Sala Borrón con esculturas.
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