El amor por la tierra, la emoción por el paisaje o la añoranza del hogar son resonancias sentimentales de la deuda afectiva del ser humano con sus raíces. Es aquel que nos proporcionó cobijo y nos vio crecer, es un lugar, un país, un continente o el planeta; un paisaje o una ciudad, o ambas cosas a la vez, es el lugar imaginado, deseado o aquel añorado, experimentado y vivido.
El baniano, como apuntan los versos que encabezan este texto, es un árbol que en sí mismo representa a la naturaleza del lugar que nos acoge, que enlaza lo material y espiritual, lo profano y lo divino, el mundo de los objetos y el de las ideas.
Máximo González plantea, en su primera individual en la galería, dos instalaciones y un video donde esta idea del baniano es tratada desde una mirada ambigua, aquel lugar confortable o inhóspito.
En el espacio 2 de la galería encontramos una gran instalación donde el artista traza una mirada nostálgica sobre la relación del hombre con la naturaleza en el mundo contemporáneo. El concepto de paisaje es valorado como el lugar al que pertenecemos ancestralmente y, sin embargo, destruimos para alcanzar su dominio.
La instalación inunda todo el espacio de la galería. Una serie de lienzos se exhiben de un modo inusual: negando la contemplación inmediata, ya que se encuentran dispuestos dando la espalda al visitante. El soporte de estas obras lo constituyen ramas secas recolectadas por la zona. Estas ramas suspenden, incrustan y hasta atraviesan las obras, por lo que el visitante debe adentrarse en el espacio expositivo y sortear los elementos vegetales para descubrir el anverso de las pinturas. Allí la mirada se da de bruces con iconografías costumbristas de parajes montañosos o decimonónicas estampas campestres.
La confrontación con la convención pictórica del costumbrismo anecdótico y pintoresco contrasta con el desafío contemporáneo de una naturaleza yerma y descontextualizada. Pero en el "árbol seco" existe siempre una brizna de vida, aquella que permite mantener la esperanza de su renacer.
Esta pieza fue concebida en 2015 durante la residencia del artista en el Centre de Cultures et de Ressources de Lizières (Francia), donde recopiló una serie de lienzos en Emaus. Pinturas de escuelas estilísticas a las que pertenecían pintores desconocidos de principios del XIX. Obras arrumbadas de autores anónimos que nunca llegaron a ser descubiertos, legitimados o reconocidos.
El espacio principal de la galería alberga una instalación constituida por tres grupos de mesas con dos sillas y una lámpara.
Estos objetos están diseñados y construidos con un material reciclado llamado Triplex, una madera industrial que sustituye a la original y forma parte de los procesos actuales de producción sostenible. Estas mesas y sillas se montan y desmontan mediante registros que recuerdan la mecánica de un rompecabezas, lo que remite al puzzle situado sobre el tablero de la mesa, que debe ser completado por dos personas de forma colaborativa. Esto genera una idea participativa y activa para el visitante. Se trata de un puzzle negro, una representación vacía de contenido y de cualquier imagen, que remite a un paisaje que no existe y propone un juego de destrucción-construcción-reconstrucción sin referencias formales. La única salida a esta encrucijada estriba en imaginar un nuevo paisaje, otro paisaje. Pero, ¿qué paisaje? El paisaje utópico, el paisaje incierto.
Máximo González fiel a sus principios de reutilización, inclusive de ideas, las reutiliza, somete y reforma, para generar un nuevo significado.
El descubrimiento del paisaje –entendido como aquella parte de la naturaleza que es construida por los humanos mediante la intervención de su percepción estética o de su acción ordenadora– fue una de las grandes novedades de la pintura y la literatura del siglo XIX. El paisaje adquirió la categoría de sujeto artístico de primer orden. La corriente de revaloración de la naturaleza impulsada por el Romanticismo dio pie a toda una serie de versiones del paisaje. En el siglo XX irrumpe una nueva manera de mirar y de representar la naturaleza. La visión del paisaje está en la subjetividad, en una emotividad intensa y en la transfiguración simbólica.
La transformación de la naturaleza, que las sociedades humanas han venido llevando a cabo a lo largo de la historia, se ha acelerado y agravado desde el inicio de la revolución industrial y especialmente en el contexto actual de predominio de modelos socioeconómicos desarrollistas, expansionistas y neoliberales. Entre sus efectos más graves se han venido destacando los relacionados con el agotamiento de recursos naturales, la pérdida de biodiversidad, la contaminación el llamado cambio climático, por hacer referencia sólo a los que tienen un carácter más global. En los últimos años, no obstante, ha comenzado a aflorar un concepto que expresa también el hecho de la desnaturalización, de la transformación o del declive la naturaleza por efecto de la acción humana: la fragmentación.
La diversidad natural y el patrimonio cultural e histórico están seriamente amenazados por efecto de la fragmentación. Como causantes de la fragmentación se cuentan los espacios agrarios de uso intensivo, las repoblaciones forestales, los nuevos espacios de desarrollo industrial, urbano y turístico, así como todo tipo de redes que surcan el territorio. Debemos plantear un modelo sin renunciar a la ambición de un cambio profundo en la relación sociedad tecnológica-naturaleza. Enfrentarnos al futuro para construir y reconstruir un espacio-tiempo (presente-futuro) más humano y amable.
Entrada gratuita
![]() |
en Facebook esta exposición | comparte en Twitter esta exposición | Como llegar |
|
TODAS LAS EXPOSICIONES DE ESTE ESPACIO
|