La aparición estelar del ser en sí kantiano, lo que son las cosas de verdad fuera de la representación intelec tual que realiza el ser humano de ellas, supone para los pensadores europeos más poderosos de la Moderni dad motivo de partida inevitable de sus tratados estéticos.

Hegel considera al arte la forma que tiene el hombre de encontrar la verdadera forma de las cosas, idea básica que llena de sentido una de las actividades primarias del ser humano. Schopenhauer es el primero en dar forma a la enorme intuición de Kant: la necesaria inhibición de la razón en la experiencia estética del ser humano. Heidegger plantea un modelo casi completo de experiencia estética perceptiva, basado en la conexión que se establece entra el ser en sí de la obra de arte y el ser en sí del espectador. Adorno, por último, aborda con suficiencia histórica el toro kantiano; concluye que en la obra de arte signi ficativa la apariencia coincide con la esencia: una obra de arte verdadero es aquella que coincide con lo que realmente es.

El artista moderno, por tanto, crea objetos mágicos que soportan la veladura que la representación intelec tual del ser humano hace de las cosas, al ser ellos mismos exactamente lo que son.

El arte está a punto de desempeñar su papel fundamental en la sociedad: conectar al ser humano con su esencia, pero la estética postmoderna levanta un muro y sitúa al otro lado a la molesta cosa en sí. Un efecto colateral de la deconstrucción que realiza de los paradigmas de la Modernidad. El arte se racionaliza y, con ello, se banaliza.

Las obras que presento en la muestra Fronteras pretenden saltar el muro racionalista. Retomo, a mi manera, los presupuestos estéticos schopenhauerianos de la última gran vanguardia artística: el expresionismo abs tracto: anular la razón y realizar la experiencia artística utilizando el cuerpo como herramienta estética.